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Una buena cuña para esa pata de la mesa que cojea, ¡y además se lee!



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«¡Vaya pervertido/a!», pensarán cuando te descubran con este libro entre tus manos. «¡Qué degenerado/a!», susurrarán en corrillo al observar cómo te ríes cada dos por tres mientras lees sus páginas, incluso alguna que otra madre primeriza te hará una foto a escondidas con la destreza de una voyeur digital —pero con fines de protección y seguridad para la «comunidad», o bajo esa premisa se escudará si la descubres— para compartirla con su grupo de mensajería instantánea del colegio, convirtiéndote en todo un/a depredador/a sexual a ojos de cientos de progenitores sobreprotectores… ¡Y todo por disfrutar de esta obscena, satírica, bizarre y entretenida novela en público! ¡Por sorprenderte con las desgracias, digo aventuras de Condón y quedarte perplejo ante todo el extravagante elenco de «personajes» con los que compartirá protagonismo durante las alocadas historias en las que se verá envuelto! Pues, una vez te sumerjas entre sus páginas... tu percepción del mundo nunca volverá a ser la misma.

  • Género: narrativa. Ficción moderna y contemporánea
  • Categoría: libro ilustrado.
  • Etiquetas: crítica social; humor negro; historia coral.

  • Diseño, maquetación, texto e ilustraciones: Víctor Martín Rodríguez (Víctor el Bizarro)
  • Texto e ilustraciones en blanco y negro
  • Idioma castellano
  • Fecha de publicación: abril de 2022
  • Edición impresa (libro físico)
  • 140x195mm (lomo:14,6mm)
  • Tapa blanda con solapas, encuadernación fresada
    Cartulina gráfica de 300g/m2 con plastificado anti-rayas mate.
  • 252 páginas
    Papel estucado mate de 135g/m2.
  • Edición digital (libro electrónico)
  • Formato .ePub
  • Texto fluido
  • 299 páginas

  • Edición impresa (libro físico)
  • ISBN: 978-84-09-31163-7
  • PVP: 17,95€
    Precio de venta al público. IVA incluido.
  • Edición digital (libro electrónico)
  • GGKEY Google Play Books: T64JD3BEP7Z
  • PVP: 4,99€
    Precio de venta al público. IVA incluido.



Nota media Bookstagrammers
4,4 sobre 5 (última actualización 21/01/2025)


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¿Qué es erótico para ti, qué te excita sobremanera? ¿Lamer un pezón? ¿Oler ropa interior? ¿Quizás una conversación subida de tono con un desconocido? O, puede que… ¿el clásico intercambio de roles? Sea lo que sea, esta selección de relatos narrados a través del punto de vista masculino o femenino hará que tus más oscuros e insatisfechos deseos se apoderen de de ti... ¡Por algo es un libro NSFW! No por las ilustraciones... ¡que también! Sino por el morbo, por el placentero «cosquilleo entrepiernero» que produce su lectura y las inesperadas situaciones subidas de tono ocultas en su interior.

Súcubos, arneses, teriántropos, tríos en moteles de mala muerte, revólveres, apóstatas, bufés, avatares, lluvias doradas... Incluso Hänsel y Gretel tienen cabida en unos relatos que emanan el sutil aroma de la sensualidad y, aderezados con una pizca de sarcasmo; marinados en el característico toque bizarre de su autor, esperan a ser descubiertos… ¡Date un festín!

  • Género: narrativa. Ficción Erótica. Ficción moderna y contemporánea.
  • Categoría: libro ilustrado.
  • Etiquetas: sexo; relatos eróticos; sarcasmo.

  • Diseño, maquetación, texto e ilustraciones: Víctor Martín Rodríguez (Víctor el Bizarro)
  • Texto e ilustraciones a color
  • Idioma bilingüe (castellano/inglés)
  • Fecha de publicación: pendiente
  • Edición impresa (libro físico)
  • 230x170mm (lomo:pendiente)
  • Tapa blanda, encuadernación fresada
  • 96 páginas
  • Edición digital (libro electrónico)
  • Formato .PDF
  • Maquetación fija
  • 100 páginas


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Embárcate en breves historias repletas de giros, tramas variadas y finales inesperados de la mano de un servidor. Además... ¡incluyen ilustraciones!

  • Género: narrativa. Ficción moderna y contemporánea.
  • Categoría: libro ilustrado. Relatos cortos
  • Etiquetas: crítica social; humor negro; sarcasmo.

  • Diseño, maquetación, texto e ilustraciones: Víctor Martín Rodríguez (Víctor el Bizarro)
  • Texto e ilustraciones a color
  • Idioma castellano e inglés (ediciones diferentes)
  • Fecha de publicación:
  • Vol.1: diciembre de 2024
  • Vol.2: junio de 2025
  • Edición digital (libro electrónico)
  • Formato .PDF
  • Maquetación fija
  • 6 páginas

  • Edición digital (libro electrónico)
  • GGKEY Google Play Books de Relatos cortos. Vol.1: 2YB3127S641
  • GGKEY Google Play Books de Short stories. Vol.1: 7YPQ51U11GB
  • GGKEY Google Play Books de Relatos cortos. Vol.2: 1G42GKG2Q6A
  • GGKEY Google Play Books de Short stories. Vol.2: D0BSZPNZKYU
  • PVP: 0€
    Contenido gratuito.


Relatos cortos. Volumen 1

Relatos cortos Volumen 1 contiene tres relatos de diversa índole pero con un nexo en común: las primeras experiencias*.
*Se recomienda la lectura online de los relatos individuales solo en dispositivos móviles.





Carmen, mi novia, lleva varios días muy insistente: quiere que nos hagamos un tatuaje por nuestro aniversario. «Una muestra de compromiso eterno», o así me lo intenta vender.

Odio los tatuajes, me dan pavor las agujas. Imagino la tinta encharcando mi piel... ¡envenenándola!

«¿Mejor una cena?», rebato intentando que se le pase esta fiebre tan puntual. «Nuestro primer tatuaje... ¿No sería bonito?», repite cada dos por tres, obsesionada.

Finalmente accedo: la quiero.

Lo tiene todo pensado. Un amigo suyo es tatuador, nos hace precio: 2x1. Llegamos al estudio, ella entra primero. Escucho la máquina de tatuar en la distancia, los «¡Tranquila!, no te muevas», ¡ese zumbido infernal!... Me entran los calores, cojo una revista para distraerme. Joder, ¡está llena de perforaciones, piercings y pendientes en los pezones!

—¿Qué te parece?

La miro asustado: lleva mi nombre tatuado por toda la zona clavicular. Entro en pavor… las letras serpentean sobre sus pechos envueltas en papel film. Me mira, sonríe.

—Lo quiero del mismo tamaño. ¡Aquí vamos a la par!

«¡Está loca!». Me ha traído Trankimazín: sabe que tengo pavor a las agujas. Me tomo tres: todo sea por amor.

Rica en ornamentos, Carmen en tipografía gótica viste mi pecho tras la sesión. Al ver el tatuaje empieza a reír. Risa nerviosa.

«No sé qué le ocurre. Es su nombre…».

Llegamos a casa a duras penas: el efecto del alprazolam todavía perdura. Abro la puerta. Dos amigas están esperándonos en el salón, rodeadas de maletas. «¿Han montado una pijama party y soy el último en enterarse?».

—¡Que te jodan, Gonzalo! —escucho a mis espaldas.

Nuestras amigas me miran con desprecio.

—¿Creías que podías engañarme, cabrón? Mírame, ahora te acordarás toda tu vida de quién soy yo. Me tienes grabada en tu piel...

—¿Qué? —balbuceo con saliva entre las comisuras—. Y tú a mí en la tuya…

—Ja —dice mientras se quita el plástico protector—. ¡Ja! —enfatiza mientras pasa la mano por encima de mi nombre, desdibujándolo—. ¡2x1 mis ovarios! Aquí el único que se ha tatuado has sido .

«¡Es falso!». Me quedo completamente petrificado. Sus amigas aprovechan para llevarse las pertenencias de mi novia. Se me enciende el interruptor: «Son sus refuerzos. Por si el efecto de las pastillas se me pasa; por si se me ocurre hacer alguna locura».

—¿Qué? ¿Por qué?

—La Pili te vio enrollándote con una en Chacotero. Así que ni te molestes… —dice mientras cierra la puerta, haciéndome una peineta con los dedos empapados en tinta.

Me siento en el sofá. El efecto de las pastillas se desvanece; mis neuronas recuperan potencia.

Me miro en el espejo. «La odio. ¿Cómo ha podido ser capaz de hacerme esto? La Pili... Puta mentirosa...».

Llaman a la puerta. Abro. Es... ¿Carmen?

¡Arranca mi film! ¿Me escupe en el pecho? Pasa la mano: el tatuaje se emborrona.

—¡Feliz aniversario! Feliz 28 de diciembre —se levanta la cazadora, un pequeño tatuaje asoma—. ¿Lo ves? Este es de verdad.

¡Odio sus putas bromas! La odio, pero la quiero.






Tenemos nuestras tareas divididas: dos traen cervezas; uno velas; otro, si aparece, ya es todo un logro… ¿Qué llevo yo? Una ouija.

Quedamos cerca de un hospital abandonado. Bebemos, reímos, evitamos que se note nuestro nerviosismo. Nos envalentonamos entre nosotros, achacamos el temblor de manos al frío. Mientras anochece la cencellada surge, la niebla nos oculta de miradas curiosas: nos convertimos en siluetas desdibujadas de aquellos que perecieron por tuberculosis. ¡Espectros!

Miro el reloj: «Es la hora». Nos adentramos con paso vacilante. Ya no hacemos bromas. El flash de nuestros móviles brilla partiendo en dos la niebla; estocadas luminosas abriéndonos paso.

Al cruzar el umbral del hospital la atmósfera cambia: el aire es denso, pesa sobre nuestros hombros. Nos sentimos observados: pelos como escarpias…

Paredes con la pintura desconchada, vegetación fusionándose con un mobiliario ennegrecido y podrido por la humedad; esporas de moho se elevan con cada pisada. Cruzamos el recibidor hasta acceder a una de las habitaciones. Yo elijo cuál.

Una ventana con rejilla, somieres desvencijados y un armario con las puertas desencoladas se convierten en nuestra «sala de juegos». Encendemos las velas, saco la ouija de la mochila y nos sentamos a su alrededor. Coloco un vaso sobre el tablero. Todos apoyamos un dedo en él. Silencio sepulcral, nos miramos.

—¿Hay alguien aquí? —pregunto en voz alta.

Observamos el entorno. Las velas proyectan nuestras estilizadas sombras sobre las paredes. Desconfianza y temor a partes iguales…

—Si hay alguien aquí, ¡que responda!

—Pooor favor —añade otro con un hilo de voz.

Notamos cómo se desliza suavemente el vaso... Recorre el tablero, nuestros ojos dan fe de ello: «Mi hijo —forman las letras—. ¿Y mi hijo?».

—¡Ja! —exclamo excitado—. Muy graciosos… ¿Quién está empujando el vaso?

Una ráfaga de viento extingue casi todas las llamas. Las bisagras del armario chirrían, todos nos giramos. Un sonido gutural sale de su interior; una mano se desliza por el canto.

—¡Ostia bro! —exclama uno.

—No... ¡No quitéis el dedo del vaso! ¡No rompáis el vínculo!

—¡Los cojones! —farfulla otro.

Gritan, hacen aspavientos, sus caras palidecen. Huyen despavoridos, sus sombras los acompañan… Queda un único dedo en el vaso: el mío.

Aguanto unos segundos. Río a carcajadas: «Ha salido mejor de lo que esperaba».

—¡Ya puedes salir! Menudos acojonados... Te lo dije, se iban a mear encima.

Al instante suena mi móvil. Respondo:

—¿Para qué me llamas? ¿Qué haces?

—¿Qué haces ? Llevo veinte minutos pasando frío en este armario que huele a muerto y no aparecéis. Y de repente escucho gritos.

—Deja la coña. Venga, sal Néstor, que nos piramos.

—¿Qué dices? Si estoy con estos, afuera.

La madera cruje. Miro al armario. Una silueta se desliza directa hacia mí. Levita, las velas no proyectan su sombra. El vaso empieza a moverse: «¿Y mi hijo? Mi hijo…».

Mis pupilas se dilatan, mi rostro se deforma del pavor, las velas se apagan. El vaso estalla.

«¡Hijo mío! Ven».






Mareo, dolor ocular, palpitaciones en la sien… Mis pupilas se contraen y dilatan, siento que estoy a punto de perder el equilibrio. Desorientado, me apoyo contra la pared.

—Es normal. Es un proceso, ya te acostumbrarás... El cerebro se tiene que reajustar.

Miro a mi alrededor. De repente mis manos tienen textura, poros… pelo dorado cubre sus falanges. Asombrado, las volteo a la altura de mi rostro. Tras ellas, mi madre aparenta veinte años más. Las paredes se abomban, los colores se desligan entre sí… surgen líneas por doquier perfectamente definidas. «Pero, ¡si en la naturaleza no existen las líneas rectas! —reflexiono confundido—. O eso dice mi profesor de plástica...».

Mi perro deja de ser una mancha marrón para ganar expresión y nitidez. «¡Está contento! Ahora confuso ante mi mirada escudriñadora». Mira a mi madre, ella sonríe: dos viejos en sincronía.

—¡Vaya cambio! De cinco dioptrías de astigmatismo hipermetrópico a cero es todo un mundo —dice el óptico—. Ahora no perderás detalle.

Mi vista en 4K: dos lentes que convierten mis ojos en botones lo hacen posible. Mi puente nasal sostiene todo su peso.

«El Bartolo de clase, el ojos-lenteja de la segunda fila… ya me lo veo venir —pienso apesadumbrado mientras me rasco el brazo compulsivamente: mi ansiedad excavando hasta hacer brotar “petróleo humano”».

—Son 890€ por cristal, más la montura… 1980€.

El rostro de mi madre se tensa, se deforma. Su mandíbula desciende, sus ojeras se extienden y finas venas amoratadas surgen entre el maquillaje cuarteado. «¿Quiero ser consciente de todo lo que me rodea?, mi “nublina” anterior era más satisfactoria. Al menos daba cabida a la imaginación…».

—¿Desea abonarlo en efectivo o con tarjeta? También aceptamos Bizum.

De repente, se le suman veinte años más: efectos colaterales de pertenecer a la clase media-baja. El morro de Bruno —nuestro shar pei— parece un lienzo completamente liso en comparación.

—Pero… ¿No estaban los cristales en oferta? —pregunta mi madre dubitativa mientras desdobla el panfleto publicitario oculto en su bolsillo—. Aquí pone. Pone…

Su expresión cambia por completo al echar un vistazo rápido a la letra pequeña. Un sudor frío recorre su frente, la hoja resbala de entre sus manos… Nos deleita con la recreación en carne y hueso del protagonista de El grito de Munch tras salir escaldado de la óptica.

Soy testigo. «¡Bendita ultra alta definición!».

—Cariño —dice con un hilo de voz que denota su pesar—, devuelve las gafas al señor, quizá más adelante...

Doy dos pasos atrás. El miedo se apoderada de mí. «¿Acaso alguien rechazaría tal superpoder una vez le ha sido otorgado?».

La miro aterrado. Sus ojos, vidriosos, me parten el alma. Lágrimas recorren su rostro: mi criptonita.

Me quito las gafas. Las lágrimas desaparecen, su cara rejuvenece, la mancha marrón me ladra.

«Supongo que, a veces, no ver con los ojos nos permite poder ver con el corazón», me dice el óptico cuando, al tercer intento, consigo entregarle las gafas.




Relatos cortos. Volumen 2

Relatos cortos Volumen 2 contiene tres relatos de diversa índole pero con un nexo en común: las relaciones interpersonales*.
*Se recomienda la lectura online de los relatos individuales solo en dispositivos móviles.





Mi mamá está preocupada, dice que tengo una «adicción». A escondidas, mi hermana mayor está intentando ayudarme: me ha grabado un audio. ¿El tratamiento? Escucharlo a diario.

Enciendo la tablet. Abro la app y selecciono Antídoto.mp3. Pulso play: ruido blanco…

«Hola hermanito. Lo primero: desactiva el Wi-Fi y activa el modo avión. Ahora, cierra los ojos. Bienvenido a tu tiempo de desconexión digital. Permite descansar a tu dedo índice de un scroll infinito sin sentido: un patrón de interacción tan tan adictivo que lo han comparado abiertamente con los “polvitos blancos mágicos” de los que ya hablamos en su día. Es “dopamina pura” a 500MB simétricos… Tú todavía eres pequeño para saber de estas cosas, pero, grábate a fuego esto: si no pagas por los servicios, eres el producto…

»Sí, Saúl. Las redes sociales se pelean por tu tiempo, eres subastado al mejor postor. Te muestran contenido que te mantenga pegado a la pantalla, anuncios entre medias, material cada vez más transgresor; cada vez más extremo y violento rellenando los “agujeros negros” de tu perfil a su antojo. Mmm… Sí, para que lo entiendas: hacen lo mismo contigo que cuando tú modelas esas figuritas de plastilina. Tú decides si las pones nariz respingona, piernas esmirriadas o robustos antebrazos... y así generas su personalidad, a través de su aspecto. Es lo mismo, pero en este caso ellos hurgan en tu cerebro hasta manipular tu identidad.

»Escucha peque, las fake news atraen la atención un 60% más que las reales… son el gancho perfecto para tus ojos. Recuerda esto: tus contenidos son diferentes a los del resto. Te ofrecen lo que quieres ver, generan una brecha con todo aquel que piense diferente… Nos polarizan deliberadamente mostrándonos un espectro limitado de la realidad. Es... como si te quitasen de tu caja de rotuladores el verde, el azul y el amarillo. Tus dibujos ya nunca podrían tener esos colores, ¿verdad? Imagínate, ¡hierba morada!

»Saúl, deja en blanco la mente… ¿Te acuerdas de la peli que vimos el otro día, The Matrix? ¿Cómo “despertar” si no eres consciente de su existencia? Ahora... ya lo eres. Pero, ¡no saltes al vacío desde un rascacielos! ¡Que mamá me empuja detrás! Tan solo es una metáfora... pregunta a tu seño y que te lo explique. Venga, ¡al lío!, que me distraigo.

»Hoy en día la desinformación es el lenguaje universal de las redes sociales. No te dejes engañar. Son capaces de desestabilizar un país a cambio de un puñado de euros… Ya lo hacen con la autoestima de millones de personas en busca de validación constante… ¿No es suficientemente dura la vida como para, además, añadir tal tasa de estrés y frustración a un duendecillo como tú?

»Acuérdate: en tiempos en los que las redes sociales nos conectan a todos, estamos más solos que nunca.

»Y, ahora, abre los ojos. Fuera modo avión; activa Wi-Fi; vuelve a conectarte al mundo digital. Ya sabes, lo primero de todo, accede a mi perfil en todas las redes sociales que te enseñé. No te distraigas con nimiedades, y dale like a todas mis fotos y vídeos nuevos. ¡Y al menos escribe dos comentarios!, que el perfil tiene que crecer. ¡Venga Saúl! Hazlo por tu hermanita favorita».






Sonámbulo, tarjeta en mano. El constante pitido de los tornos se ha convertido en el canto de los gorriones de este ecosistema de metal, plástico y cristal. Tan reconocible, tan identificable… «Abono joven/jubileta: dos pitidos; abono normal: uno largo». Escucho dos pitidos a mi derecha. La mujer me mira de reojo, se ha dado cuenta de que soy consciente de su artimaña. Se sonroja. La hago una reverencia con la mano: mis respetos. Desde lo alto de las escaleras mecánicas el resto de viajeros parecen pulgas correteando sin sentido. «¡Bienvenido al Madrid subterráneo!».

Legañas en mis pestañas, hileras de fluorescentes con luz fría dibujan escurridizos brillos en las baldosas amarillas… «¿Acaso así veía el mundo L. Frank Baum?».

«Estación en curva, al salir tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén». Tres transbordos, un carterista y un falso profeta vomitando su retahíla previamente ensayada ante el espejo después, dos metros se me escapan ante mis narices. Miro las pantallas: «Próximo tren en 7 minutos». Miro mi reloj. Miro las pantallas: fundido a negro, rombo rojo. «¡Mierda! Mala señal». Miro el reloj. «¡Joder…!». Me apoyo en la máquina expendedora de preservativos, golpeándola con todo mi peso como válvula de escape ante mi desesperación. «No me puedo permitir llegar otro día tarde», pienso mientras apoyo la frente contra su descascarillada superficie azul. Mis puños cerrados, ocultos en el suave forro aterciopelado de mis bolsillos.

La megafonía se entremezcla con la música de mis cascos, solapando la letra de Never thought that I could die: «Por causas ajenas a Metro, el servicio en la línea diez entre las estaciones de Nuevos Ministerios y Gregorio Marañón queda suspendido por un tiempo estimado de una hora. Disculpen las molestias». Mi cerebro descifra el mensaje como si se tratase de la máquina Enigma: «Otro suicidio...».

Saco el móvil y busco una ruta alternativa mientras me entremezclo con un rebaño que sube escaleras, recorre pasillos y bala improperios hasta desembocar en el andén de la única línea disponible. Cientos de usuarios esperando impacientes en el andén versus una marabunta ansiosa por abandonar el vagón. ¿En mis auriculares? Heavy is the crown a todo volumen.

Se abren las puertas, el desembarco de Normandía tiene lugar. Dos fuerzas opuestas golpeando entre sí; el símbolo del Yin Yang resquebrajándose por los costados. Unos intentan entrar, otros, salir. La megafonía intercede: «Antes de entrar, dejen salir». Aguanto la compostura, soportando un tsunami de carne y huesos. La carga de los 300 en la batalla de las Termópilas no es nada comparado con la epicidad del momento.

«¿Te quieres quitar?», me escupe uno verbalmente. Otra golpea con el codo contra mi costado. Miradas fulminantes… Una multitud embravecida por abandonar el vagón me rodea; otra desesperada por acceder me precede.

—No pienso perder otro metro. ¡Dejadme pasar!

La música nubla mi pensamiento: me envalentona; la situación me absorbe: soy yo contra el mundo. Levanto los puños hasta cubrir mi rostro. De repente, un tirón me saca por completo de mi «estado catatónico». Mi alma se desdobla: el guerrero de la epopeya griega se convierte en una cáscara que se resquebraja, un envoltorio del que salgo expulsado hacia atrás. Ahora, tan solo quedo yo... «Alguien agarró mi mochila apartándome de la puerta, permitiendo que el gentío pudiese desembarcar». Lo miro rabioso. Lo miro confundido. Lo miro arrepentido. Es... ¿Jorge?

Desde mi perspectiva, acompañada por la música, la escena era legendaria. A ojos del resto, tan solo era otro imbécil más con el que lidiar.






Martes por la mañana. Suelto el embrague, acelero. Freno, acelero, freno, piso el embrague: el tráfico infernal de la M-30 no hace excepciones.

—Llamar Raquel uni —ordeno al asistente virtual mientras toco el claxon—. ¡Llamar Raquel uni! —mi bebé, en su sillita homologada de cuatrocientos napos, llora.

50 minutos después, por fin consigo aparcar a 4 calles de la cafetería. «Sí, lo sé, andando hubiesen sido 15 minutos. ¿Qué le voy a hacer? Soy esclava del asiento calefactable».

—Lo siento mucho, tía. Caravana, zona verde, ya sabes…

—No te preocupes. Apenas acabo de llegar —me responde sonriendo mientras apoya una revista en la mesa—, te he pedido un café Moka, tu favorito.

Aparco el carrito a mi lado. Raquel hace carantoñas al bebé, lo pone caras. Yo tomo un sorbo de café mientras un cucú-tras resuena en mis oídos. «Que asco. ¡Está frío!».

—Ya han pasado siete meses desde la última quedada.

-Sí guapi. La vida, que no me da —digo mientras hago un gesto al camarero y señalo el café—. Otro, por favor.

—¿Qué tal lo de ser madre? ¿Y el embarazo? —pregunta sin mirarme, cubriendo su rostro para, instantes después, volverlo a mostrar—. Tiene que ser una experiencia maravillosa. ¿Verdad?

Miro a Jorge de reojo: está pataleando al aíre, quitándose la mantita a manotazos; observo su boquita: una trituradora de pezones desdentada. Raquel le tapa.

—¡Uf! Ya ves, «maravillosísima» —de repente, me apetece jamón—. ¡Y una tosta de jamón! ¡Con aceite virgen extra! —grito al camarero.

»Fíjate —señalo mis caderas—. ¡4 tallas más tía! ¿Y las tetas? Soy un jodido dispensador lácteo con los pezones como galletas campurrianas.

Raquel se ríe. A mí no me hace ni puta gracia.

—Dos mastitis. ¡Dos! —recalco con los dedos—. ¿Y el pelo? Eso de que te ven radiante durante el embarazo por el «chute» de estrógenos... Mira. ¡Mira! —exclamo mientras tiro de mi cabello y un mechón se queda entre mis dedos.

Raquel asiente boquiabierta. Mira a Jorge, me mira.

—Y, ¿qué te voy a decir del embarazo? Unas estrías en las piernas que parezco una cebra; los últimos meses un reflujo constante —y susurrando, comento—, que... que dicen que es porque el bebé viene melenudo… ¡Pero mírale, pelón! La «viva imagen» de su padre.

Introduzco un trozo de tosta en mi boca mientras río, meneo con nerviosismo el carro —que intuyo que va a empezar a llorar— y, tras sorber un hilillo de veteado que se me había quedado colgando en las comisuras, continúo:

—Ah. Sí tía, ¡y una muela se me cayó! —abro la boca, señalando con la lengua el hueco. En las pupilas de Raquel se refleja el espacio vacío entre dientes, junto con trozos de pan y jamón a medio masticar—. ¿Sabes por qué las ventanas de las habitaciones del ala de maternidad no tienen manilla? —miro a Raquel fijamente, espero unos segundos—. Por la depresión postparto. ¡Las madres se lanzaban al vacío con sus hijos en brazos!

Me fijo en que no ha tocado el café desde que empezamos a hablar. «¡Se le va a quedar frío!».

—Al menos los 7 puntos de la episiotomía ya no supuran, y mi entrepierna apenas echa tufo a pescado podrido. ¡Así que ni tan mal! —enfatizo sonriendo irónicamente.

Me fijo en su semblante compungido: una lágrima recorre su mejilla. Leo el titular de la revista: Especial bebés: los 8 puntos a tener en cuenta para su desarrollo neuronal.

«Mierda...»; sudores fríos. «En la hora...»; carraspeo. Estiro el brazo hasta alcanzar su mano y, apretándola levemente, susurro con dulzura: «Bueno nena. Y tú, ¿de cuanto estás?».





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